Hernán Dinamarca

Ensayos y crónicas en el viaje

mayo 20, 2014

A politizar el desafío de la sustentabilidad

Es inquietante la paradoja que ocurre con la palabra sustentabilidad. Nunca antes en la Historia la humanidad tuvo tanta urgencia ante una crisis de continuidad intergeneracional. Lo inédito de la crisis es que, en simultáneo, nos afecta planetariamente y en todos los lugares. Ese es el desafío mayúsculo de la sustentabilidad. Pese a ello, la misma ha sido banalizada. No solo por los escépticos y ajenos, sino también en debates bizantinos, por ejemplo, cuando se confunde con esa suerte de oxímoron que es el “desarrollo sustentable”(que no problematiza lo insustentable del desarrollo económico ilimitado). E incluso por las malas prácticas de algunos que aquí, allá y acullá dicen actuar en pos de la continuidad.

Importa entonces situarla históricamente y reflexionar sobre algunas relevantes tensiones que el desafío conlleva al actual modo de vida. Es lo que haremos en este artículo. Primero, analizamos la emergencia histórica de la sustentabilidad y su expansión transversal a lo humano. Segundo, exploramos en la compleja tensión, en las sociedades y en los sujetos, entre crecimiento económico ilimitado y sustentabilidad. En el punto tres abordamos otra tensión que es expresión concreta de la contradicción precedente: en las empresas la tensión entre lucro y sustentabilidad.

Aclaro de inmediato que nuestras reflexiones no serán técnicas -abunda la literatura especializada y académica. Nos centraremos en la pertinencia de llevar el debate a la arena política, una tarea ineludible de los nuevos actores socio-políticos. Pues, lisa y llanamente, hoy la sustentabilidad es una “Res publica” (cosa pública), prioritaria en los asuntos de la Polis.

En Chile ha habido “desidia” institucional -no así en organizaciones ciudadanas-, mientras en paralelo avanzan los dramáticos efectos económicos, sociales y ambientales de la eco-crisis: la sequía y desertificación, la consecuente falta de agua, el shock de la pesca y la agricultura, la cuestión energética.

1) La idea-práctica sustentabilidad, activada por la crisis ecológica, es un emergente histórico que responde al actual desafío de conservar la continuidad en la relación entre cultura humana y ecosistemas.

El significado de las palabras sustentable y sostenible nos permitirá explicar su profundidad cultural. Dice la RAE de sustentable: que se puede sustentar, el acto de conservar algo en su ser o estado. Y de sostenible: un proceso que puede mantenerse a sí mismo. De esas bases surge la fuerza conceptual y práctica que conlleva la articulación del sentido de ambas palabras: para que un proceso-sistema (social) se auto-reproduzca, éste debe conservar algo.En esa potencia precisamente radica el por qué ahora la emergencia y relevancia de la sustentabilidad/sostenibilidad.

Hoy sabemos que el cambio climático, la perdida de biodiversidad, la contaminación de las aguas y océanos, la deforestación, podrían incidir en la auto-reproducción del sistema social. Así de asertivo fue el último informe científico de las Naciones Unidas (septiembre 2013), concluyendo que las causas de la crisis son antrópicas: una civilización basada en los combustibles fósiles y enfocada en el crecimiento económico ilimitado, en la maximización de la producción y en el consumismo. Si bien el modo de vida moderno es de larga data (siglos en occidente), los primeros síntomas agudos de la crisis ecológica se hicieron sentir en los años sesenta (informe científico del Club de Roma), hasta llegar a un presente, globalización mediante, con un diagnóstico socio-ambiental perturbador.

Es ahora entonces cuando adquiere todo su sentido que la condición para un acoplamiento estructural (1) sustentable entre cultura y biosfera supone conservar y auto-reproducir una relación no destructiva entre el modo de vida humano y los ecosistemas y la biodiversidad. Pues, la actual relación, destructiva, no da para más. Con nuestra enorme huella ecológica, la red que es la biosfera se ha saturado (volveremos sobre esto).

La crisis ecológica esuna encrucijada histórica y cultural. En las últimas cinco décadas, los ecos de la idea-fuerza sustentabilidad han empezado a resonar en todos los ámbitos humanos.

En lo económico, ha inspirado algunas reformas hacia la sustentabilidad y también una crítica radical a la lógica del crecimiento económico ilimitado, del progreso y del desarrollo, del productivismo y consumismo. Crítica que ha animado una diversidad de reflexiones y acciones en pos de una neo-economía con criterios ecológicos: “PIB” Verde o cuentas verdes, economía del decrecimiento, economía ecológica, economía solidaria, retirada sostenible, crecimiento cero, entre otros conceptos provenientes de las ciencias sociales y del activismo contracultural.

En lo energético, ha puesto urgencia a la necesidad de una reconversión tecnológica hacia fuentes generadoras con mínimo impacto en los ecosistemas. En un par de décadas ha sido una constante la expansión de las ERNC y sorprendentes las innovaciones para hacer más eficiente el uso de la energía.

En lo socio-político, en el nivel planetario y local, las malas prácticas ecológicas (y su reverso que es la conciencia del desafío de la sustentabilidad), han traído una multiplicación de los conflictos socio-ambientales, nuevos movimientos ciudadanos y políticos críticos al actual modo de vida, nuevas formas de gobernanza y de diálogo social tripartito (gobiernos, sociedad civil, empresas). Un botón de muestra es el excelente mapa virtual de conflictos socio-ambientales (http://ejatlas.org/), preparado por académicos y activistas. En el vemos como los conflictos ocupan todo el planeta y la diversidad de actores: gobiernos, empresas, comunidades.

En nuestros hábitos cotidianos, la sustentabilidad ha inducido la emergencia de una cultura del manejo de los desechos, el reciclaje, la desmaterialización de la economía, nuevas prácticas de consumo responsable o un nuevo modo de vida en actitud de simplicidad voluntaria.

En la arquitectura y el diseño, en la construcción urbana e industrial, ha generado nuevas ideas y prácticas, por ejemplo, el uso de nuevos y viejos materiales y de formas eco-sustentables.

En el arte (literatura, plástica y cine), una pléyade de creadores han incorporado en sus obras el desafío de la sustentabilidad. Con sus luces, en metáfora optimista, han expresado la necesidad de un nuevo modo de vida o bien la revaloración de lo antiguo o imaginado. Con sus grises, han desnudado la complejidad humana y las dificultades para el cambio cultural. Con sus sombras, han marcado la eventual autodestrucción de la civilización, por ejemplo, en el cine, el caos final, ambiental y emocional, aparece una y otra vez en la pantalla en las últimas décadas.

Los gobiernos, a sus ritmos, han ido asumiendo el desafío a través de nuevas instituciones (ministerios de sustentabilidad y coordinaciones transnacionales), más leyes y regulaciones en el eje multinivel, desde lo global, pasando por lo regional-continental, hasta el estado-nación y lo local.

Las empresas, con su propia complejidad, han sido interpeladas socialmente por la sustentabilidad. De hecho, el modelo de gestión del triple Bottom Line (Elkington, 1997) o de Responsabilidad Social (RS), ha sido su singular respuesta adaptativa. En el modelo, junto a la tradicional variable del lucro/negocio, las empresas, en su gestión estratégica y en sus mediciones, han debido atender a una segunda y tercera variable. La variable ambiental para responder a las nuevas regulaciones y la fiscalización ciudadana y la variable relación horizontal con las comunidades, que hoy entregan una suerte de Licencia Social para operar (en el punto 3, por su relevancia en el conflicto socio-ambiental, nos explayamos en esta materia).

En las relaciones interpersonales, conceptos y valores como la Legitimidad del Otro (Maturana, 2005) y la Conciencia empática (Rifkin, 2010) promueven un nuevo trato entre los seres humanos y con el entorno. Ellos nos han venido a recordar que el desafío de la continuidad intergeneracional, amén de la sustentabilidad socio-ambiental, también implica hacernos cargo de la Sustentabilidad emocional (Dinamarca, 2011).

Como se lee, en muy pocas décadas (considerando que se trata de un proceso de cambio histórico y cultural de larga duración), la sustentabilidad ha tendido a encarnarse transversalmente en las razones, emociones y conductas de los seres humanos; convirtiéndose así en una suerte de guía en construcción para una nueva relación entre cultura (que es naturaleza) y naturaleza (que es humanizada) o lo social/natural implicados, so riesgo de la continuidad intergeneracional.

2) Es extraordinaria la complejidad asociada al proceso de construcción histórica de una sociedad sustentable, pues vivimos en una cotidiana tensión, en los sujetos y en las sociedades, entre crecimiento económico ilimitado (productivismo, consumismo) versus sustentabilidad.

A la hora de hacer un breve balance sobre la deriva cultural de la idea-práctica sustentabilidad, en sus apenas cuatro décadas, la buena noticia es que en el imaginario y en las prácticas humanas se ha expandido de una manera que ni los más entusiastas de sus primeros constructores hubiesen imaginado. Vivir tal proceso ha sido la experiencia de una generación.

Basándonos en la taxonomía de un académico brasilero (Baldissera, 2010), distingamos cuatro tipos de sujetos en función de lo que la sustentabilidad les evoca y provoca:

Tabla comparativa sobre percepción de la sustentabilidad

1) Sujetos que viven integralmente, en conciencia y en sus prácticas, el desafío de la sustentabilidad2) Sujetos que la asumen solo de manera pragmática y con objetivos tácticos (porque agrega valor).3) Sujetos que la ven como una moda que solo implica gastos, luego, la cuestionan y la niegan.4) Sujetos inmersos en una miseria material y cultural que ni siquiera le decodifican.

Como toda taxonomía, esta solo clasifica y es un corte en el tiempo. Por ello, no alcanza a dar cuenta del hecho cualitativo que el tipo 1 y el tipo 2 (los sujetos a quienes evoca ya sea un valor central o un valor periférico), han ido adquiriendo cada vez más presencia en las sociedades. Mientras, el tipo 3 y 4 (a quienes los provoca o le ignoran), han tendido a disminuir su presencia. Entre las nuevas generaciones, además, el tipo 4 tiende a desaparecer y el tipo 1 y 2 son claramente expansivos. Tampoco la taxonomía da cuenta del desplazamiento en el tiempo de los sujetos del tipo 2 al tipo 1, activado ya sea por la educación en sustentabilidad y/o por la profundidad de la evidencia de la crisis socio-ambiental. Esa es la buena noticia.

La mala es que pese a las expansivas prácticas pro sustentabilidad, en la dura y compleja vida económica y social, así como en los pasillos de la avaricia, aún asistimos a muchas experiencias, personales y empresariales, abiertamente anti sustentabilidad. Solo repasemos el par de absurdos estructurales hoy más conocidos (e invitamos al lector a que evalúe sus propios bemoles cotidianos).

Las grandes potencias, sino todos los países, avanzan ciegos hacia el despeñadero, insistiendo en la locura autodestructiva de incrementar la energía que aportarían los nuevos hallazgos de combustibles fósiles (el gas share y las arenas bituminosas de petróleo están de moda y el carbón aún abunda en las matrices energéticas). Es decir, algo así como si la temperatura en los próximos años subirá X grados, cuya consecuencia ya sabemos será disruptiva para el actual modo de vida, entonces adelante y que suba X al cuadrado.

Además, todavía es hegemónico el modelo –que nació en Europa- del Planeta Americano (la expresión es del periodista Vicente Verdú). En la tardo-modernidad, chinos, indios, latinoamericanos y africanos, participan de una frenética carrera en pos del crecimiento material. Los centros de estudios que observan la huella ecológica de la actual civilización, han concluido que sí toda la humanidad se plegara a los excesivos estándares de producción y consumo (de USA y Europa), necesitaríamos 5 planetas para auto-reproducirnos. Hoy, con la actual “distribución” del despilfarro, necesitamos ya casi de 2 tierras (http://www.footprintnetwork.org/es/). Insostenible.

Con el precedente contrapunto de buenas y malas noticias, hemos querido marcar la extraordinaria complejidad asociada a la tensión entre el crecimiento económico ilimitado (como “sostenedor” de los actuales estándares de producción y consumo y, lo más relevante, como “sostenedor” del servicio de reproducción de lo laboral) versus el desafío de la sustentabilidad, que necesariamente conlleva una innovadora alteración del actual modo de vida.

Esa tensión involucra a toda la sociedad, pues, vivimos en un modo económico globalizado, cuya metáfora más sugerente podría ser la de un mega metabolismo social. En efecto, la red global económica, industrial, social, tecnológica y financiera creada por la modernidad, en su ocaso, es omnipresente. Nos envuelve y atenaza prácticamente a todos en la inercia inclusiva de una red de bienes y servicios. En ella, cada hombre y mujer, desde sus singularidades, aporta con su inteligencia y oficio, y también todos actuamos simultáneamente como productores y consumidores.

La tensión más acuciante de la actual civilización es que en caso de seguir creciendo económicamente profundizaremos nuestro desacoplamiento de la biosfera y los ecosistemas, ergo, con resultados catastróficos para el modo de vida de la civilización y para los seres humanos (insustentabilidad ambiental). Pero, en caso de una brusca ruptura del crecimiento económico podrían advenir efectos dramáticos en cuanto a cohesión y reproducción socio-laboral (insustentabilidad social). Sabemos que de parar la locomotora del crecimiento, tal como lo sugiere la razón analítica, podrían sobrevenir crisis y explosiones sociales.

Hoy es consenso académico que el cambio climático irá generando aún más amplias e inéditas crisis socio-ambientales y migraciones masivas con sus inminentes secuelas de conflictos sociales por recursos en diversas regiones del planeta. Ni siquiera podemos imaginar lo qué ocurriría en nuestro actual modo de vida, en cuanto a fuentes laborales, si acaso pudiéramos parar en pocos años la maquina energética de combustibles fósiles y el productivismo y consumismo desbocado, que es lo que la razón aconseja hacer con la mayor urgencia para alcanzar a mitigar y adaptarnos a la crisis de sustentabilidad en nuestra relación con los ecosistemas. ¡Qué tensión y desacoplamiento estructural entre la “maquina socio-económica mundo” y la biosfera!

Históricamente digamos que como humanidad asistimos a una contradicción entre el desorbitado crecimiento del ya antiguo modo de producción moderno (el sistema-mundo del que nos hablara Immanuel Wallerstein) y la imposibilidad del bio-sistema planetario de soportar el daño que aquel progresivamente le infiere.

Realicemos el ejercicio de complementar la descripción de esta nueva y vital tensión, trayendo libremente al presente una de las más sugerentes tesis del filósofo de la Historia y economista Carlos Marx: determinadas relaciones de producción de una época antigua se pueden convertir en una traba para la expansión de nuevas fuerzas productivas y de nuevas relaciones de producción (un nuevo modo de organizar el vivir económico).

Si observamos a las relaciones de producción en tres dominios. Uno, como relaciones de apropiación y distribución de la riqueza. Dos, como los motivos y valores que mueven a los seres humanos en la producción de bienes y servicios. Y tres, como las relaciones entre los sujetos (y clases o colectivos) en los mercados y en cualquier interacción económica. Entonces resulta inequívoco que las antiguas relaciones productivas modernas, hoy están trabando las nuevas relaciones de producción y el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas ecológicas que la humanidad ya tiene a mano para superar la crisis de sustentabilidad.

Por ejemplo, hoy están operando nuevas fuerzas productivas eco-tecno-eficaces que son un expansivo núcleo duro o matriz de una potencial nueva economía postmoderna (y usamos el prefijo pos solo en el sentido de posterior, en este caso, a la economía moderna). Hoy existe el conocimiento y la capacidad para multiplicar la generación limpia de energía. Hoy se dispone de la tecnología para avanzar hacia la desmaterialización de la economía, mediante el reciclaje y la reorganización de la materia prima ya transformada que circula en el mundo.De hecho, desde el año 2000, en Hannover, Alemania (líder en eco-tecnología, gracias a las políticas del partido Verde), se realizan ferias planetarias con las grandes innovaciones tecnológicas en las nuevas fuerzas eco-productivas.

Sin embargo, esta emergente capacidad de producción eco-tecno-eficaz se ve frenada por relaciones de producción propias de una época ya antigua; relaciones todavía basadas en valores, principios y dogmas como la apropiación y la acumulación, la sobreproducción y el consumismo, la maximización del lucro (que no es lo mismo que obtener beneficios), el descriterio del costo-oportunidad en el corto plazo, la no redistribución y la unilateral competencia.

Si como sociedades, tanto en la gestión política y en lo personal, potenciamos pragmáticamente la emergente expansión-creatividad de las nuevas fuerzas eco-productivas. Si nos auto-educamos para poner en el centro a las emergentes relaciones de producción, entre otras, la revalorización de la colaboración, la profundización de la práctica de la redistribución y la equidad, los beneficios razonables –que no destruyen ni al otro ni al entorno- y la emoción del respeto y el vivir en una simplicidad voluntaria. Si así lo hacemos, tal como lo sugieren una diversidad de actores/agencias de la idea-fuerza sustentabilidad, entonces podríamos profundizar en un potencial de transformación capaz de conservar una nueva relación entre cultura y biósfera, permitiendo un buen vivir a las generaciones futuras.

Sin embargo, aún son hegemónicas las antiguas-modernas relaciones de producción que, en el mismo acto de frenar a las emergentes relaciones y fuerzas productivas de la sustentabilidad, ponen en cuestión la continuidad intergeneracional. En el cómo resolvamos esta vital encrucijada histórica se juega la manera en que accederán al futuro nuestros hijos.

Como hemos reiterado, las propuestas y acciones acerca del qué hacer se han venido co-construyendo desde los años 60. En las última décadas, ya evidentes los peores augurios del cambio climático y de la pérdida de biodiversidad, estos movimientos contraculturales se han multiplicado en todo el mundo, así como los gobiernos y las empresas, a su manera, han intentado enfrentar la eco-crisis.

En el ámbito europeo, el Movimiento Zeitgeist (espíritu de la época), que es transversal académica y socio-políticamente, se ha venido masificando con su postulado de transitar desde una economía del lucro a una economía de los recursos (Joseph, 2011). En América Latina, redes de académicos y activistas, multiculturales, han propuesto el nuevo paradigma pos-colonial y del post-desarrollo, coincidiendo con la mirada del Zeitgeist del norte en torno a la necesidad de un Buen Vivir basado en una economía colaborativa y de la sustentabilidad de los recursos. En India y China también asistimos a un activismo de la alteración cultural que cuestiona el proceso de modernización impulsado por sus gobiernos, producto de las dramáticas secuelas de daños ambientales y sociales.

Hemos usado una y otra vez la expresión una “tensión extraordinariamente compleja” (entre crecimiento económico y sustentabilidad) con el objetivo de relevar que el desafío de la sustentabilidad requiere de innovadoras miradas, de colaboración en el inevitable conflicto, de radicalidad y mesura.

En tal desafío no existen los “puros” y los “impuros”, tan solo hay prácticas sustentables y no sustentables. Tampoco existen los atajos ni son efectivos los grandilocuentes llamados maximalistas a cambios económicos y sociales inmediatos. No. En esto es imprescindible una gestión política que en un proceso sostenido avance en pos de un cambio cultural hacia la sustentabilidad en todos los asuntos de la Polis, cuyo resultado serán las ineludibles y paulatinas transformaciones económicas, sociales y emocionales.

Si queremos transitar con los menores traumas sociales y existenciales hacia una sociedad sustentable, necesariamente habrá que confrontarse, dialogar, consensuar y otra vez confrontarse, dialogar y consensuar. En el proceso, sin duda, es fundamental no soslayar ni esconder las profundas diferencias ideológicas y valóricas que forman parte constitutiva del tan humano conflicto de miradas. El devenir hacia la sustentabilidad conlleva y conllevará rupturas, sean sociales o inesperadas, causadas por eventos inmanejables, y reformas constantes al actual modo de vida aún hegemónico.

En ese contexto, tan desafiante, los actores políticos y sociales, académicos y activistas, están llamados a facilitar la sinergia entre las inteligencias individuales y la inteligencia colectiva de las organizaciones para su contribución innovadora en pos de la sustentabilidad. Están llamados a hacerlo por la responsabilidad con nosotros mismos, con el prójimo, con las generaciones que vendrán y con todos los seres vivos. Están llamados a hacerlo con urgencia. Hacerlo es condición y esperanza de superar las actuales tensiones y así avanzar en la co-construcción de una sociedad sustentable.

Ese es el crucial desafío de época. Desplegar esa voluntad, emoción e inteligencia es una acción y responsabilidad compartida entre gobiernos, partidos políticos, empresas y organizaciones ciudadanas. Así lo exige el hecho de vivir en un mundo interdependiente, donde ni solos ni separados podemos resolver estas tensiones.

3) Los expansivos conflictos socio-ambientales en la sociedad y la tensión entre lucro y sustentabilidad (RSE) en las empresas.

En el punto anterior sistematizamos las cuatro conductas de los sujetos ante la sustentabilidad: uno, quienes la convierten en un modo de vida; dos, los sujetos que la viven pragmáticamente; tres, los que la cuestionan; y cuatro, aquellos que la ignoran.

En la misma línea, la consultora y académica colombiana, María Emilia Correa, ha tipificado cuatro distintas etapas en las empresas ante la sustentabilidad: a) gerencias ajenas a la sustentabilidad, b) otras que la ignoran o cuestionan en privado y se maquillan en público (equivalente a los sujetos nivel 4-3 de Baldissera); c) las que están en la etapa de asimilación pragmática (equivalente al nivel 2), y d), las que intentan comportarse en coherencia con los ecosistemas y con las comunidades (equivalentes al nivel 1). Lo cualitativo es que la idea-fuerza sustentabilidad ha sido expansiva en los sujetos y en las empresas. (Dinamarca, 2013).

¿A qué viene este repaso de conceptos y afirmaciones? A nuestro interés en problematizar y discutir un asunto muy controversial en el país: nos referimos al modelo de gestión en Responsabilidad Social Empresarial (RS), que es la manera cómo arribó la sustentabilidad a las empresas, con sus incoherencias y potencialidades. En especial, discutir sobre la emergente y compleja tensión en las empresas entre lucro ilimitado y sustentabilidad.

Partamos por sistematizar otra taxonomía que da respuesta al cómo los sujetos y empresas perciben y actúan ante el hecho histórico RS. En la sociedad chilena observamos tres lógicas o miradas/acciones:

Tabla comparativa con los 3 tipos de lógicas/miradas

1) Las empresas-sujetosque viven la RS desde una lógica de la incoherencia e impostura. Aún animadas por el unilateral afán de lucro, son las empresas que suelen cargar sobre sus malas prácticas la responsabilidad en las mayores crisis socio-ambientales. Son las empresas hoy insustentables.2) Los sujetos-organizaciones que viven y asumen la RSE desde la lógica de la desconfianza y la sospecha. Para quienes la RS es simplemente un artificio de las empresas para continuar “dominando el mundo”. La mirada de la sospecha niega a priori y en cualquier lugar el diálogo con las empresas en pos de la sustentabilidad.  3) Los sujetos-empresas-organizaciones que viven la RS desde una mirada histórica a las ineludibles brechas de gestión en su aplicación y observan autocríticamente sus propias y humanas inconsistencias (errores, falta de solidez) en sustentabilidad. Son las empresas que intentan aplicar con seriedad un modelo de gestión que incorpora el respeto a la normas socio-ambientales y un vínculo pro-activo con las comunidades en el desarrollo de sus proyectos productivos.

Fuente: elaboración propia

De inmediato aclaramos que la distinción entre empresa/sujetos de la incoherencia e impostura (tipo 1) y empresas/sujetos de las brechas e inconsistencias (tipo 3), en los hechos, es difícil de observar.

Si bien es marcada la diferencia en estilos y propósitos entre ambos tipos de empresas, la línea que las separa es tenue a la hora de advertirlas. Hay que aguzar el ojo para diferenciar una y otra conducta, más aún cuando distinguirlas con claridad tiene enormes consecuencias prácticas, en especial para el diálogo socio-político y la necesidad de mediación entre las empresas y comunidades en los conflictos socio-ambientales (ya volveremos sobre este último punto, muy importante).

Las empresas de la impostura son autoconscientes de la ausencia de conexión entre su decir y el hacer en sustentabilidad, pero ocultan sus incoherencias, por ejemplo, en los reportes a organismos fiscalizadores, porque sus directivos desdeñan o lisa y llanamente no creen en el modelo de gestión en RS. En cambio, los directivos y los equipos de trabajo de las empresas de las inconsistencias intentan aplicar el modelo de sustentabilidad, pero, en tanto moran en la humana ambigüedad, saben de brechas de gestión, a veces aciertan, otras se equivocan.

El lector ya habrá observado que en nuestro uso, sobre la base de la RAE, la incoherencia es ausencia de conexión, en este caso, entre lo que se dice y lo que se hace en sustentabilidad. Considerando que esa ausencia de conexión suele ser consciente, es impostura o insinceridad. Sus principales críticos, en la mirada de la sospecha y desconfianza, duramente las califican como empresas hipócritas. Por su parte, la inconsistencia es falta de consistencia. Es una inconsistencia la carencia de fundamentos sólidos al momento de argumentar o realizar una práctica. Desde esa perspectiva, la inconsistencia es un error que puede ser superado en un tránsito de aprendizaje. En ese sentido, un error en sustentabilidad en las empresas de la inconsistencia es una brecha.

La línea que separa las empresas de la incoherencia de las impresas de la inconsistencia, además, es traspasable. El cambio hacia la sustentabilidad o el traspaso de la línea divisoria suele ocurrir con posterioridad a sendas crisis de las empresas de la impostura. Tras las crisis, las empresas que las viven, intentan caminar al ritmo de una nueva mirada, incluso muchas veces mediante un cambio completo de directivos. En Chile, en la literatura especializada se suele ejemplificar con CELCO, que de contar con ejecutivos torpes y adalides de la incoherencia en sustentabilidad, tras su mega crisis el 2005, renovaron a su planta gerencial con profesionales conscientes de la relevancia del desafío. Otras empresas empiezan a transitar hacia la sustentabilidad precisamente luego de constatar los efectos devastadores de las crisis socio-ambientales entre sus pares.

En otra tecla, la experiencia indica que es el mismo quehacer de las empresas de la incoherencia y la impostura en RS (tipo 1), la que da pie a los argumentos de la mirada de la desconfianza y la sospecha ante la RS (tipo 2). Digámoslo con asertividad: los argumentos de los segundos, a veces iracundos e irreflexivos, encuentran un sustento en la impostura de las primeros. Unos y otros se realimentan.La empresa de la impostura ignora y a veces teme a la lógica de la sospecha, mientras la última habla desde centros ideológicos y sectores de la ciudadanía con legítima rabia ante las malas prácticas e incoherencias en RS de esas mismas empresas.

Los ideólogos de la sospecha afirman que las empresas transnacionales y el capitalismo, sin contrapeso social ni político tras la caída del Socialismo Real, habrían inventado la marca RS solo para expandir con mínima resistencia y hasta los últimos lugares del planeta el dolor social que genera el capitalismo. La RS, según esa lógica, sería apenas un conspirativo plan de las empresas para dar continuidad a su dominio en el mundo. En su desconfianza, los actores de la sospecha a priori se niegan a reconocer cualquier mejoría en sustentabilidad socio-ambiental y emocional en la gestión de aquellas empresas que si intentan aplicar el modelo.

Es claro que la mirada de la sospecha se apoya en antecedentes y en sólidos datos del presente. No pocas crisis ambientales y sociales, en especial en Chile, resultan de la mala gestión en empresas incoherentes en la aplicación del modelo de RS. Hay también suficiente evidencia histórica sobre los efectos del capitalismo y del socialismo en la destrucción ambiental y social. Ambas evidencias han dado vigor a innumerables y profundas críticas teóricas a los dos sistemas que, matices más menos, han competido y alternado en la administración de la modernidad realmente existente.

Dicho eso, sin embargo, aquello no otorga legitimidad al hecho de negarse a la pregunta pertinente en el dominio específico del tema: ¿si algunas empresas lo están haciendo mejor o peor ante el desafío de continuidad intergeneracional que nos evoca la idea-práctica sustentabilidad? Y menos valido aún es el gesto teórico y práctico de no realizar la distinción entre las empresas que se limitan a aparentar que aplican el modelo de RS versus otras empresas que, en el acto de intentar aplicar con seriedad el modelo, saben de brechas que pueden ser superadas.

Estas últimas hoy son por excelencia las llamadas empresas B y las empresas sociales, cuya génesis y misión en los últimos años ha sido inspirada por el paradigma de la sustentabilidad. Y también lo son antiguas empresas que, ya sea motivadas por razones de mercado, cada vez más regulado en estas materias, o por un cambio personal entre algunos directivos y trabajadores, dado el nuevo contexto histórico, que incorporan en su gestión mejores prácticas en sustentabilidad.

Algunas empresas, en tan solo una década, RS y regulaciones mediante, se han visto impelidas a incorporar nuevas prácticas socio-ambientales y en sus relaciones con el entorno. Afirmar esto no es sinónimo de decir algo así como “esta todo bien”, sino tan solo constatar que en comparación con lo que ocurría hace 20 o 30 años, en este dominio, han ocurrido cambios importantes. En unas empresas más que en otras, por supuesto.

Hoy en las gerencias serias es impensable no evaluar a priori la complejidad social y ambiental de los proyectos. A diferencia del ayer, el “sentido común” en la sociedad no aplaude cualquier iniciativa productiva. Hoy las comunidades, incluso a veces con exceso de celo debido a desinformación, están atentas a las implicancias sociales y ambientales de los proyectos productivos. Por ello, las empresas han venido aumentando las inversiones en tecnología amigable con el ambiente y creando nuevas formas orgánicas en el relacionamiento con la sociedad. Ambos procesos inequívocamente mejores si lo observamos desde el tamiz de la sustentabilidad.

La empresa de la impostura e incoherencia en RS y la lógica de la desconfianza y la sospecha, aunque contrapuestas, son en última instancia ajenas, ya sea por voluntad o desconocimiento, a la idea-fuerza de la sustentabilidad. La empresa de la incoherencia actúa interesada y preocupada por los obstáculos, límites y tensiones que la idea fuerza-sustentabilidad impone al lucro. La lógica de la sospecha actúa desde la desconfianza a priori por carecer de una históricamente situada comprensión del paradigma de la sustentabilidad, amén de persistir en una adscripción acrítica al antiguo paradigma moderno del conflicto social excluyente.

En nuestra mirada, es fundamental analizar estas materias en perspectiva histórica. La lógica de la empresa de la impostura e incoherencia es coincidente con el imaginario y “sentido común” (paradigma social) de la modernidad. Los mismos motivos y valores que desde la ya añosa génesis de la modernidad animaron a los seres humanos (y aún animan a muchos), son los que perduran en la misión de esas anacrónicas empresas; anacrónicas porque hoy se niegan a asumir el desafío histórico y la nueva mirada de la sustentabilidad, que era inexistente en los orígenes de la empresa moderna.

La construcción de la misión y mirada de las empresas y sujetos modernos fue un largo y complejo proceso histórico. Veamos.

El historiador Maurice Dobb en su clásico Estudio sobre el desarrollo del capitalismo (2005) repasa el origen del sistema económico en la época moderna. Dobb recuerda que el espíritu [paradigma social, diríamos hoy] que inspira los comportamientos humanos y la vida de una época es el que conduce a determinadas formas y relaciones económicas. En ese sentido, el espíritu o ánimo que emergió en los siglos XVI-XVII condujo a las formas y relaciones económicas características del mundo moderno. (Esas características fueron comunes al capitalismo y socialismo: importa apuntar que algunos autores, en especial Albert Ven Dicey, originalmente diferenciaron entre un capitalismo de los individuos, hasta 1870, y luego un capitalismo colectivista debido a la influencia que fue adquiriendo el pensamiento socialista moderno en todas sus variantes).

Según Dobb, aludiendo a historiadores del devenir económico como Sombert, antes que el hombre capitalista [que, reiteramos, emergió en los siglos XVI-XVII, según lo afirman la mayoría de los historiadores económicos] existió un hombre pre-capitalista: que era un hombre natural, que concebía la vida económica como la simple provisión de sus necesidades naturales. En la época pre-capitalista en el centro de todo esfuerzo y de todo cuidado estaba el hombre viviente: él era la medida de las cosas.

Lo anterior refiere al hombre viviente, concreto, como medida de las cosas, en oposición o marcando la diferencia con el mero cálculo cuantitativo para medir todas las cosas, que, como leeremos, será lo característico del sistema económico que emergió con la época moderna. Con el nacimiento del capitalismo, el ser humano empezó a hacer algo muy distinto a lo que antes hacia el hombre natural.

¿Qué hizo la nueva mirada moderna y el sistema económico que le concernía? El capitalismo desarraiga al hombre natural, trastorna todos los valores, ve en la acumulación de capital el motivo dominante de toda actividad económica y con fría racionalidad y métodos de cálculo cuantitativos subordina a este fin a todos los aspectos de la vida. Y Max Weber, también según Dobb, destaca lo mismo: cuando empieza a dominar el afán de lucro, la búsqueda de ganancias racional y sistemáticamente, y cuando aparecen las empresas [en competencia entre sí] para satisfacer las necesidades de un grupo humano, estamos en presencia de la época moderna y del capitalismo. (Dobb, 2005)

Como leemos, en la misma génesis histórica de la empresa moderna, en el centro de su misión (y del sujeto humano que la anima), se instaló un conjunto de valores y prácticas: el afán hegemónico y sistemático por maximizar las ganancias, la acumulación de capital a través de la competencia entre individuos o vía la planificación del Estado; todo de la mano de una fría racionalidad y métodos de cálculo cuantitativos ante los cuáles se subordinan los distintos dominios de la vida.

Ahí estaba el origen de lo que hasta hoy, exacerbado en la tardo-modernidad, ha sido la misión de las empresas modernas: maximizar la producción, el crecimiento y lucro ilimitado, evaluar los emprendimientos sobre la base del costo y la oportunidad en el corto plazo, la no consideración de la variable ambiental y del entorno social (eran externalidades), ya que en la ecuación solo entraban el trabajo, la técnica y la acumulación-rentabilidad del capital.

No podemos pasar por alto que en los orígenes de la modernidad descrita por Dobb, ya estaban presentes casi todos los valores propios de la misión de la empresa capitalista, salvo uno: el incentivo al consumismo. En rigor, en el proceso de acumulación inicial, el burgués, el capitalista, promovía el valor del ahorro.

Sin embargo, como la producción que se maximizaba debía necesariamente encontrar compradores, a principios del siglo XX se inventaría el ingenio financiero que son las tarjetas de crédito (en USA). El nuevo instrumento es el que permitirá la lógica imparable del consumismo. En su lado A aceleraría el “progreso material” y en su lado B conllevaría la “prisión existencial” de las deudas en las que empezó a vivir el hombre y la mujer común. Productivismo y consumismo unidos luego contribuirían con la locura mayor que es la industrial y sistemática obsolescencia programada de los productos (los electrónicos, por ejemplo) y el despilfarro (en la basura, por ejemplo).

Pero, y este pero tiene una enorme significación, en las últimas décadas el emergente paradigma/mirada y prácticas de la sustentabilidad, han venido a erosionar y tensionar la antigua y tradicional misión de las empresas, interpelándolas en sus propias prácticas, ya agotada su misión histórica. La sustentabilidad ha venido a poner límites estructurales y, en consecuencia, ha venido a realizar un cuestionamiento expansivo a los motivos tradicionales de la empresa moderna.

Tras una larga experiencia histórica, hoy sabemos que la contaminación de la biósfera conlleva riesgo de continuidad intergeneracional y que la Tierra y ecosistemas son finitos en espacio y en recursos. He ahí los límites ambientales al productivismo ilimitado, al consumismo que le acompaña y a la rentabilidad a cualquier costo. También ha puesto límites socio-culturales a relaciones de producción basadas en la competitividad y el egoísmo, en tanto, desde la mirada de la sustentabilidad emergen nuevos tratos entre la diversidad de culturas y entre los actores sociales. Por su parte, el emergente valor y las prácticas culturales del consumo responsable, implicado a la mirada de la sustentabilidad, también subvierte el consumismo y el productivismo tan asociado a la satisfacción de la añosa misión de las empresas modernas.

Unos y otros de esos nuevos límites empiezan a ser exigidos por comunidades cada vez más conscientes y empoderadas sobre la base de nuevas redes de interconexión e interdependencia. Tras la constatación de esos límites, la humanidad sabe que en el vivir económico hay que considerar las variables ambientales y sociales, ya no solo como simples externalidades.

“¿Es sustentable ambientalmente el crecimiento capitalista?”, se preguntaba el académico Antonio Elizalde (1996). Su respuesta era inequívoca: “hay rasgos inherentes del sistema [sentido de misión, decimos nosotros] que son incompatibles con la lógica de la sustentabilidad…. la existencia de límites naturales, soslayados durante los últimos decenios, a los que la tecnología no puede dar respuesta; la degradación de las bases naturales, económicas y culturales de las sociedades; la constante creación de necesidades artificiales para acelerar el consumo; la falta de consideración de las consecuencias a largo plazo de las actividades económicas”.

El autor concluía con una alerta sobre el riesgo de nuestra continuidad, en caso de no cambiar el sistema económico y el modo de vida. En esos años no era el único que alertaba con luces rojas.

En este contexto histórico, entonces, asistimos a la profunda tensión/paradoja que hoy viven las empresas en su complejo y resistido proceso de adaptación al desafío de la sustentabilidad. Si la RS no es asumida coherentemente, las empresas podrían terminar por desacoplarse, crisis de continuidad mediante, de la exigencia de sustentabilidad proveniente del sistema entorno/social (algunas empresas ya han colapsado). Y Contrario sensu, la asunción coherente de la RS/sustentabilidad podría significar un cambio en el sentido más profundo de la misión que las empresas tuvieron durante la modernidad. Es decir, asumir la sustentabilidad, conllevaría un “riesgo” para lo que ha sido su patrón valórico y conductual, en tanto necesariamente deberían transformarse cualitativamente.

O la misma paradoja, en clave positiva: para la conservación del acoplamiento estructural entre empresas y entorno es condición sine qua non activar y acelerar coherentemente la autotransformación adaptativa de las empresas, de manera de participar en el desafío de la continuidad generacional –sustentabilidad. Pero hacerlo supone asumir sinceramente que la autotransformación también implica una revisión y superación de lo que ha sido misión y las prácticas centrales de las empresas durante la modernidad.

O dicho en tono de tensión contracultural: las incipientes señales de un cambio cualitativo en nuestra manera de vivir (la sustentabilidad y el consumo responsable), en tanto tendencias, van a contracorriente del corazón de la misión de las empresas en la modernidad, que ha sido incentivar e incentivar, vía todo tipo de mecanismos, el productivismo para el consumismo y así lucrar vía las más altas rentabilidades, generalmente pensando en el corto plazo.

Por ello, es tan pertinente, desde la política, hacernos nuevas preguntas. ¿Cómo esos procesos y tensiones no van a generar complejidad cognitiva y emocional en las conciencias de quienes toman las decisiones en las empresas? Cuando un directivo busca con rigor un equilibrio en el largo plazo en lo que en las empresas llaman el triangulo de la sustentabilidad, cuando observa críticamente las tensiones entre los tres pies del triangulo (el negocio, lo ambiental y lo social), podrá él no reflexionar sobre ¿cuáles son los límites al lucro o al crecimiento económico ilimitado?

No pocos observadores de esta tensión, hacen preguntas ayer inéditas. Algunos, en búsqueda de un equilibrio en el triangulo de la sustentabilidad, se interrogan: ¿será posible una co-existencia racional de las tres variables? Otros, más profundos: ¿será posible una perspectiva que, colocando a la sustentabilidad en el centro y como misión, re-signifique el sentido cualitativo y cuantitativo de la rentabilidad?

Una tercera perspectiva, definitivamente alterativa, va más allá en su crítica y en sus preguntas. Por ejemplo, el Premio Nacional de Ciencias, Humberto Maturana, ante la afirmación de los tres pies del triángulo, contra-argumentaba algo más o menos así: no sé si son tres pies, o simplemente es la misma base de siempre, las ganancias del negocio, más dos nuevos instrumentos, lo ambiental y el diálogo con las comunidades, que solo están ahí para favorecer el lucro. El referente último sigue siendo el negocio. ¿En qué medida estas tres cosas son armónicas o dos de ellas son solo instrumentos de la otra? Sin duda, el proceso de la RS tiene potencialidades interesantes. Pero el gran tema, como ya lo dijo Jesús en su tiempo, es que no se puede servir a dos amos a la vez. En este caso: ¿se sirve al amo de la sustentabilidad o al amo del negocio? Pues el amo que se sirve, es el amo que se conserva. (Dinamarca, 2013)

Preguntas de esta radicalidad nacen de las tensiones que la sustentabilidad y el consumo responsable han significado en las empresas, llevándolas potencialmente (como posibilidad) hacia un proceso de autotransformación de su tradicional misión moderna. ¿La sustentabilidad, actuando como atractor, podría llevar a las empresas, en su deriva larga, a terminar por asumir en coherencia las nuevas conversaciones?

Estas preguntas y reflexiones no son una simple abstracción. Hoy, en el día a día operativo, las empresas viven tensionadas porque deben optar entre uno y otro de los tres pies del triangulo. Al respecto, el directivo Marcelo Esquivel, en una entrevista el año 2010 nos aportaba dos interesantes perspectivas. Primero, que la implementación efectiva del modelo en sustentabilidad pasa por la reorientación de los estímulos materiales a los ejecutivos: si los incentivos/bonos se continúan poniendo unilateralmente en metas de costos y rentabilidad, es una cosa; pero otra, muy distinta, es relacionar los incentivos materiales al cumplimiento de las nuevas variables socio-ambientales. En esto, es clave el equilibrio.

Segundo, agregaba el ejecutivo, lo que tú llamas hacerse cargo de las incoherencias es lo más complejo a nivel de empresa y como persona. Es el walk the talk (algo así como caminar tal como lo dices en la conversación). Si digo que vamos a actuar de esta manera, de verdad actuemos de esa manera. Eso es lo que más cuesta. Cuando debes tomar una decisión sobre hacer o no un proyecto, y por un lado constatas que habrá impacto socio-ambiental y por otro constatas los costos y la rentabilidad de la inversión; ahí, en esa tensión, optar por la decisión no voy a seguir con este proyecto u optar por decir lo voy a hacer, pero invertiré más debido a esta consideración socio-ambiental, minimizando las utilidades, eso es precisamente lo que todavía cuesta y bastante. Como hoy debemos mirar una serie de variables (relaciones con la comunidad, con el gobierno, ONG), hay que hacerse cargo de esa complejidad: probablemente la decisión X sea la mejor desde el punto de vista del negocio, pero mira lo social, mira lo ambiental, que hoy también inciden en buenas decisiones de negocios. (2)

Estas conversaciones y tensiones son las que potencialmente interpelan a la coherencia a algunos de sus actores. Este es un proceso histórico.

En la primera reunión planetaria y tripartita (gobiernos, sociedad civil y empresas) sobre sustentabilidad, en Río de Janeiro, 1992, se auto-convocaron muy pocos empresarios para reflexionar sobre su aporte en este dominio. En la conferencia también planetaria de Río+20, en junio del 2012, se incrementó sustantivamente la participación del sector empresarial. De esa manera, en una paulatina, compleja y conflictiva interacción con organizaciones de ciudadanos y gobiernos, se ha venido co-construyendo la experiencia de las empresas en tránsito de superación de las brechas (la norma ISO 26.000 en RS, sancionada internacionalmente el año 2010, ha sido una expresión más de tal proceso).

El sacerdote y ecologista Leonardo Boff (2012), en una lúcida columna en su blog, observó estas tensiones en la Conferencia Río+20:

“Los empresarios, actores importantes, están tomando conciencia de los límites de la Tierra, del aumento de la población y del calentamiento global. No esperan por los consensos casi imposibles de las reuniones de la ONU y de los gobiernos. Más de cien líderes empresariales se han reunido en Río antes del evento formal. Pretenden crear un G-0 en oposición al G-2, G-7 o G-20. Con cierto autoconvencimiento llegan a decir: «nosotros necesitamos asumir el comando»… Se dan cuenta de un problema insoluble dentro del actual modelo: cómo articular sostenibilidad y lucro. Los accionistas no quieren renunciar a su lucro en nombre de la sostenibilidad. Ésta acaba siendo tan frágil que casi se desvanece. Por lo menos, estos empresarios han visto el problema: o cambian o se hunden junto con los otros.”

Si a ese proceso adaptativo entre algunos empresarios y directivos, pocos aún, agregamos el rol fiscalizador de la ciudadanía y de los gobiernos y líderes democráticos, exigiendo con rigor una conducta coherente a las empresas de la impostura y colaborando críticamente con las empresas de las brechas en la superación de las mismas, entonces, en el largo plazo, podría profundizarse la autotransformación de éstas hacia la sustentabilidad. En este desafío político, sin soslayar las diferencias, resulta fundamental tender puentes entre todos en torno a la sustentabilidad.

Las comunidades asisten al desafío de empoderarse cada vez más en sus acciones de fiscalización (vía “observatorios ciudadanos”). En sus negociaciones y relaciones con las empresas y gobiernos, asisten al desafío de continuar privilegiando la sustentabilidad en los conflictos socio-ambientales. Y, hay que decirlo, también asisten al desafío de aislar a sujetos y prácticas que en el interior mismo de las comunidades a veces ponen por delante la lógica de la avaricia, a otra escala, por cierto; pero del mismo tenor que la que despliegan las empresas de la incoherencia.

Las empresas de la incoherencia y la impostura y los actores de la desconfianza y la sospecha, asisten al desafío de superar su ceguera cognitiva ante el cambio de época y la magnitud de la crisis de sustentabilidad. También al desafío de superar la añosa lógica totalitaria y excluyente, avanzando en modelos de relaciones empáticas que, sin evadir el conflicto, sitúen a este en una mirada ajena a la descalificación a priori, ajena a esa inconfesable “agenda oculta” que solo busca la derrota total del otro.

Las empresas, en general, tienen el desafío de abandonar el fácil e insostenible recurso de contratar asesores y consultoras estratégicas que, a veces, priorizan por la manipulación y la compra de las comunidades con el objeto de postergar la conflictividad socio-ambiental, a costa de la sustentabilidad. El desafío de avanzar hacia un dialogo respetuoso con las comunidades, en consistencia con la necesidad de una buena reputación y de una Licencia social para operar.

Los partidos políticos democráticos, los gobiernos y la ciudadanía organizada, críticos ante las brechas de gestión en las empresas, pero a la vez conscientes que es necesario dialogar con el objeto de regularlas en pos de la sustentabilidad, deben avanzar hacia una fase de incentivo de instancias mediadoras (empáticas), privadas e institucionalizadas, para anticipar, facilitar y acercar posiciones en las negociaciones en los expansivos conflictos socio-ambientales.

En el cierre, recuperamos lo dicho al inicio de estas reflexiones: el desafío de la sustentabilidad hoy debe discutirse políticamente en el corazón de la Polis, en tanto cosa pública. Si alguien aún cree que los desafíos de la sustentabilidad son un asunto de las élites o de allá lejos, es que lisa y llanamente no conecta ni un ápice con la principal cuestión de nuestro tiempo, que es transversal a lo humano, que tensiona el centro de nuestro modo de vida, y cuyas secuelas socio-ambientales son y serán de impacto masivo.

Notas:

1) El concepto acoplamiento estructural, de Humberto Maturana y Francisco Varela en su teoría de la Autopoiesis, alude a la relación implicada entre organismo y medio. Aquí lo extrapolamos a la relación entre cultura y biosfera. La mayoría de las reflexiones en este artículo se encuentran en el libro: “¿Ser o Perecer?: sustentabilidad y comunicaciones en las organizaciones”, referenciado en la bibliografía.

2) La entrevista a Esquivel, así como la de otros actores de la sustentabilidad en las empresas, en el libro en la nota 1.

Bibliografía:

– Baldissera, R. (2009), A comunicaçáo (re)tecendo a cultura da sustentabilidade em sociedades complexas. En: Kunsch, M. y Oliveira, I.L. (editoras), A comunicaçáo na gestáo da sustentabilidade das organizaçóes. 1ª ed. São Caetano do Sul, Sao Paulo. Difusão Editora.

– Boff, L. (2012), ¿cuánta sostenibilidad tolera la Economía Verde”, enhttp://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=493, revisado noviembre 2013.

– Dinamarca, H. (2011), Desafío para las Direcciones de Comunicación: un modelo integral para la sostenibilidad socio-ambiental y emocional, en Revista internacional de relaciones públicas, No 2, VOL. I, p. 79-106, Universidad de Málaga, España.

– Dinamarca, H. (2013), ¿Ser o Perecer?: Sustentabilidad y comunicación en las organizaciones, editorial Planeta Sostenible, Santiago de Chile.

– Dobb, M. (2005). Estudios sobre el desarrollo del capitalismo. México. Siglo XXI Editores.

– Joseph, Peter (2011). Introducción a una Economía basada en los recursos. En TEDx, Portugal, http://vimeo.com/31056425, revisado julio 2012.

– Elizalde, A. (1996). ¿Es sustentable ambientalmente el crecimiento capitalista? En: http://habitat.aq.upm.es/boletin/n38/aaeli.html, revisado agosto 2011.

– Elkington J. 1997. Cannibals With Forks: the Triple Bottom Line of 21st Century Business. Capstone: Oxford.

– Maturana, H. (2005). El sentido de lo humano. Santiago de Chile. J.C. Sáez Editor.

– Rifkin, J. (2010). La civilización empática. Madrid. Editorial Paidós.

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