Win Wender, en esa maravilla de film El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin), no pudo imaginar lo que ahora voy a narrarles. Hace unas semanas, los primeros días de abril, estuve en la gran ciudad antaño herida por el muro. Mucho frío, bajo cero, y nieve. Inusual. Recién iniciado el horario de verano, ese que alarga y alegra las tardes, y pese a estar ya en el calendario, la primavera se resistía a llegar. Amén del frío, la atención de la ciudad estaba puesta en bandadas de pájaros migratorios extrañamente detenidos en el cielo de Berlín.
Nunca en estas fechas, desde que se mide el estado del tiempo, las temperaturas habían sido persistentemente tan bajas en el norte de Alemania. Eso decían las noticias. Y nunca antes, agregaban, los pájaros que venían del sur a gozar y alimentarse en la temporada cálida del norte, habían quedado ahí suspendidos. En un programa de radio, una señora preguntaba a un científico: «¿por qué?» Éste, muy preciso, con otra pregunta respondía lo obvio: «si usted viaja hacia un área que espera cálida y se encuentra con una enorme masa de aire más frío, tal cual una suerte de pared que le inhibe avanzar al ritmo de la masa de aire en la que viene, dígame, ¿usted qué haría? Simple. Seguro que a lo menos se detiene por abrigo». Mientras se escuchaban diálogos del estilo, arriba, ante tal imprevisto, los pájaros permanecían varados en el cielo de Berlín.
Como siempre, tras el aserto de lo simple, hay más relaciones y complejidad. A estas alturas de la eco-crisis, por lo demás, se trata de relaciones bastante develadas. Pobres pájaros, tan lejos de Dios y tan cerca de los humanos. Pues, causas antrópicas, según los estudiosos, serían las responsables del cambio climático con todas sus todavía inimaginables secuelas socio-ambientales. El exceso productivo y consumista, el afán de lucro y la paradójica práctica económica propia de la modernidad, que, ajena a la biosfera, calcula solo para el corto plazo y lo hace presa de la torpe lógica del crecimiento ilimitado. Esa ensimismada mirada humana, ha sido la causa del cambio climático, de la acelerada pérdida de biodiversidad y de una amenazante contaminación de las aguas y océanos, todo en un enorme desafío adaptativo a los seres vivos y, pese a que aún solemos negarlo, en especial, al actual modo de vida humano.
La imagen era hermosa. Latía un eco poético en las bandadas sobre el cielo de Berlín. Y como no, si en la buena poesía, en su metáfora y en su génesis, anida el sufrimiento y la dicha. Pobres pájaros, inocentes antes el frío. Pobre humanos, igual de desorientados que las aves, hemos empezado a sufrir y morir por inundaciones, contaminaciones, conflictos por agua, desplazamientos migratorios forzados, desertificaciones, huracanes inusuales… claro que, ya sabida nuestra responsabilidad en el daño ambiental, todos somos culpables. Unos más que otros, sin duda; aunque –y esta es la buena noticia- cada vez aumentan los seres humanos que tratan de empezar a vivir de otra manera, aunque a veces les falta fuerza y flaquean ante la soberbia de los avaros.
Pobres pájaros. Enigmáticos. Los etólogos aún debaten cómo se sincronizan cuando migran en bandadas. Cómo hacen sus deslumbrantes coreografías. Cómo, año tras año, recorren miles y miles de kilómetros, allende hemisferios, arribando el mismo día, a la misma hora y a los mismos lugares, escalas incluidas. Todo en un desplazamiento vital con un enorme gasto de energía. ¿Hasta cuándo los pobres pájaros resistirán suspendidos en el cielo de Berlín?, me preguntaba esa primera semana de abril. ¿Cuándo morirán, si acaso no continúan su vuelo? Pues, lo sabemos, hoy por hoy los pajaros están muy desorientados y en franca pérdida de biodiversidad. Ellos viven su propio desafío de adaptación.
El film de Wender, El cielo sobre Berlín, es de 1987. El film Blade Runner, de Ridley Scott, inspirado en la novela de Philip K. Dick, es de 1982. En las proféticas escenas de Blade Runner, ambientadas el 2019, nos asombramos con lluvia ácida y con “hombres y mujeres” creados a imagen y semejanza del ser humano, androides, pero sin futuro y sin memoria. Sorprendente. Recordemos que los años ochenta eran años en que solo algunos sabían lo que vendría. Hoy, ya aquí el futuro imaginado por Scott y Dick, la lluvia es casi ácida, a veces mucha, otras escasa, y más “ácido” aún es el frío y calor extremo que, alternadamente, expulsa a tantos seres vivos.
Más allá de la intuitiva ficción en el cine y de la densa maraña y bruma en el presente en ecocrisis, algunos seres humanos, pese a todo, persistimos con ganas y sueños de futuro, anclados en la memoria e Historia, deseando conservar. Mientras otros, inmersos en el desamor, la violencia, el dominio y el control, el mal hábitat, el hambre y el consumismo, vagan desesperados, sin futuro y sin memoria.
Pobres pájaros. Ojalá adapten sus conductas migratorias, alabadas desde la más profunda noche de los tiempos. Ya en la Biblia, Jeremías escribió: «hasta la cigüeña, en el cielo, conoce sus estaciones; la tórtola, la golondrina y la grulla tienen en cuenta el tiempo de sus migraciones». Y el Libro de Job fue más incisivo: «¿Es por tu inteligencia que se cubre de plumas el halcón y despliega sus alas hacia el sur?»
¿Acaso los pájaros migran desplegando sus alas por la inteligencia de Dios?, resuena la pregunta. Tal vez. Es un misterio. Lo que sé, reitero, pobres pájaros, ahora tan lejos de Dios y tan cerca de los humanos.
En el cierre evoco la enigmática frase «Y seréis como Dioses», título de un ensayo de Erich Fromm de extraordinaria vigencia, cuya lectura o re-lectura sugiero para salir a empatizar con los pájaros, con nosotros y con la vida. En 1966, el maestro judeo-alemán, nos alertó que en el presente como Historia nuestro principal desafío evolutivo consiste en lidiar con el extremismo y la vanidosa soledad del Ego, el «ego (en un) ísmo», la conciencia en separatividad. Esa emoción que emergió entre los antiguos como un Yo (el sujeto humano y natural) enajenado frente al Ello (la naturaleza); emoción que de inmediato hizo verbo una patriarcal tribu de ganaderos que soñó con Yahvé (mi único nombre es sin nombre).
La triste presencia de las bandadas sobre el cielo de Berlín (que al rato marcharon), ojalá nos ayude a calmar la desolada soberbia de ese Ego que radicalizamos en la mente y el corazón del individuo moderno y, a la vez, ojalá nos ayude a continuar bregando en el desafío de la sustentabilidad, que en lo sustantivo consiste en corregir el rumbo tras el error en la base del antropocentrismo instrumental y separado, tan común en la mirada del colectivo en la época moderna.